Las tradiciones torreñas como marca de calidad regional

Por Juan José Ruiz Moñino

Las fiestas de un pueblo representan su alma. Tiempo de reencuentros, familia, amigos, vacaciones y celebración sobre todo de algo que define a una comunidad humana a lo largo de siglos. Una fiesta, una manifestación de alborozo o tradición es un acervo de valores, emociones y sentimientos, celebrando el pasado revivido por el poso de un largo caminar en común. Una fiesta es el saber y el sabor de un pueblo, lo que una sociedad del momento sabe, piensa, siente, en un alarde de demostraciones populares, aspectos fijos que no cambian con el discurrir de los años, una memoria plural y colectiva de eventos y celebraciones que se dan de generación en generación, un remedo de corazón de un pueblo, de sus costumbres y creencias palpitando al unísono en frenesí de pertenencia, identidad, sello humano.

Además unas fiestas suponen la ruptura de la pasmosa cotidianeidad, de la vida en clave en apagados acordes de monotonía, son hitos que se esperan/ansían, que unen a todo un colectivo en torno a su preparación y desarrollo, en una fórmula bien lograda de participación ciudadana, mostrando a la par lo mejor de un pueblo a sus visitantes y convocando a sus hijos de la diáspora a un retorno que se conjuga en encuentro familiar y de amistad. 

Las fiestas se hacen así ruptura en el devenir de los tiempos, sinónimo de ocio, alborozo, juego, gratuidad, magia y fantasía, gozo desbordante, explosión de exhuberancia, bailoteo, música de toda laya, gastronomía, colorido de disfraces, algarabía de peñas y otras variopintas esferas de cultura rica, valiosa y, por ende, de calidad por nacer de la base popular. 

Un municipio como Las Torres de Cotillas es un grupo de gentes que mantienen y transmiten sus usos, costumbres e historia, con esa sensible predilección y tacto por lo antiguo, por esa idiosincrasia y creencias que se conservan con celo linaje a linaje, de padres a hijos y que les da marca de distinción y de diferencia con pueblos colindantes.

Las más significativas expresiones del ser humano, las fiestas como celebración comunitaria, otorgan un depósito de memoria agradable, argumento de mitos, leyendas y mentalidades, fuente de relatos, canciones, coplas,... Las fiestas de un pueblo son parte de un atavismo de colectividad que nace de una conexión de personas entre sí, de conjuntos humaos distintos, es historia y memoria, recuerdos, esperanzas grupales que exorcizan depresiones, tristezas, rutinas para dar lugar y contenido a lo alegre, lo sensorial, la plenitud de sentidos de emoción,...

Es por ello que toda fiesta es una pieza clave en la vida de un pueblo de cara a asimilar acontecimientos y moverse con confianza hacia el futuro porque contar con la fuerza de rituales, de tradiciones es poner contexto, referencia, vivencias, expectativas, vitalismo, integración, receptividad, participación en momentos de alegría, paz, bienestar, ajetreo festero,... Un pueblo en fiestas es presente de esperanza y garantía, de identidad, cabe reiterar.

La fiesta es expresión de vitalidad profana y religiosidad popular a partes iguales y esta filosofía se palpa en Las Torres de Cotillas donde desde hace cientos de años miles y miles de vecinos, de devotos, de visitantes en inmenso número se reúnen tanto para venerar a la Excelsa Patrona la Virgen de la Salceda y prestar asimismo culto de solemnidad, pasión y esplendor a las imágenes de nuestra Semana Santa como participar en los actos culturales, deportivos y de esparcimiento, todos ellos con poder de convocatoria desbordante para sacar a la calle a multitudes de peñas, cofradías, espectadores, propios y foráneos. 

Todo un pueblo movilizado en unas manifestaciones de júbilo y devoción masiva, sin distinciones de edad, clase o condición, donde el relevo generacional de cofrades, costaleros, nazarenos, peñistas festeros, está garantizado y es símil de salvaguarda y difusión de nuestras raíces de cultura e identidad, acicates a la vez para mantener activo el pulso social de un municipio que cuenta de esta manera con un ingente e inagotable patrimonio cimentado en los mimbres de la antigüedad, el arraigo, la proyección, importancia y peso regional, la calidad y la singularidad de lo propio, un cúmulo de factores decisivos junto con la existencia de un tradicional y asentado tejido hostelero y de equipamientos óptimos para el buen desenvolvimiento de toda celebración y la creciente afluencia de visitantes para lograr que nuestros festejos patronales –con su fiel alegoría del Raspajo- y la Semana Santa –impresionante desfile de tronos, imaginería y elemento humano de penitentes con el emblemático "baile de los Santos" como triunfal colofón de apoteosis- reciban de manos del Gobierno autonómico la bien merecida distinción de Fiestas de Interés Turístico Regional. 

Movamos todas las fichas para alcanzar este sello de calidad, reconociendo con ese lustre de honor todo lo bueno que se hace en nuestro municipio.

Juan José Ruiz Moñino.

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